miércoles, 11 de noviembre de 2015

Triduo al Beato Diego José de Cádiz

Solemne Triduo
en honor del preclaro predicador

Beato Fray Diego José de Cádiz

Capuchino, Primer Apóstol de la Divina Pastora
Caballero 24 del Exmo. Ayto. de Sevilla
Maestrante de las Real Maestranza de Sevilla y Ronda.
Durante los días 12,13 y 14 de Noviembre a las 19.15 horas
con el siguiente orden de cultos:
Santo Rosario,
Ejercicio del Triduo,
Eucaristía,
cuyas homilías correrán a cargo de
HH.MM. CAPUCHINOS
(Fraternidad de Sevilla)
Dia15 a la 13.00 horas a cargo de 
FRAY FRANCISCO LUZON
(Guardián de la Fraternidad de Sevilla)

La parte musical correrá a cargo de la
Coral Ensemble Enharmonia



*-A la finalización de la misma celebraremos el tradicional almuerzo de Hermandad.



Predicador y misionero
La predicación fue la actividad específica y privilegiada de los Capuchinos desde sus comienzos. Las misiones populares estaban constituidas por grupos de 6 o 7 predicadores que recorrían los pueblos evangelizando a los fieles, aunque en ocasiones los misioneros alcanzaron un número superior, hasta 40 y más. Si la iglesia era pequeña se instalaba el púlpito en la plaza y los predicadores se turnaban. El principal objetivo de las misiones era provocar entre los habitantes de los lugares visitados una convulsión de las conciencias (catarsis) que compensase la insatisfactoria atención y la rutina de los curas de parroquia.
La Misión supone una retórica basada en técnicas estudiadas de los predicadores, desde la aproximación conjunta al lugar de misión, su entrada estruendosa al anochecer y la utilización creciente de los resortes destinados a movilizar el sentimiento de culpa de los creyentes hasta la apoteosis del «asalto general», que marca la sumisión colectiva del pueblo a las prácticas religiosas de las que se había apartado o que cumplía sólo de forma aparente.[2] Para hacer más duraderos los frutos de la misión, los capuchinos añadían al ministerio de la palabra la práctica de la oración mental, la celebración de las Cuarenta Horas, el Vía Crucis, los Montes de Piedad, y el canto del Rosario de la Aurora.[1] De esta manera el fondo de la religión, la creencia, era absorbido por las prácticas piadosas y el culto exterior.
Con esta preparación, y dotado de tales cualidades para la oratoria, Fr. Diego José dio comienzo en 1771 a las misiones itinerantes populares capuchinas encaminadas sobre todo a la reforma de las costumbres, con tales energías apostólicas, que se le llegó a llamar el segundo San Pablo [4]. Nunca viajó fuera de España ni aprendió idioma alguno pero en los primeros diez años no hubo población importante que no escuchase su voz. Recorrió durante su vida prácticamente toda la geografía española. No es posible reducir en tan breve síntesis la labor de este apóstol capuchino que, siempre a pie, recorrió innumerables veces Andalucía entera en todas direcciones; que se dirigió después a Aranjuez y Madrid, sin dejar de misionar a su paso por los pueblos de la Mancha y de Toledo; que emprendió más tarde un largo viaje desde Ronda hasta Barcelona, predicando a la ida por Castilla la Nueva y Aragón, y a la vuelta por todo Levante; que salió, aunque ya enfermo, de Sevilla y, atravesando Extremadura y Portugal, llegó hasta Galicia y Asturias, regresando por León y Salamanca. También fue canónigo en Motril y en mayo de 1787 lo nombran socio honorario de su Real Sociedad Patriótica de Amantes del País de Motril.
En el siglo XVIII la cultura española se debatía entre el mantenimiento del monopolio de la Iglesia y los principios del saber científico, que representaba la Ilustración. Una muestra del aletargamiento cultural del XVIII puede ser que el catedrático de matemáticas de la Universidad de Salamanca fuera un personaje tan estrafalario como el visionario Diego de Torres y Villarroel.
En este ambiente oscurantista Fr. Diego José se movía como pez en el agua y pronto adquirió un gran predicamento. He aquí lo que decía de él un contemporáneo suyo:
«En el acto de contrición, y con el Crucifijo en las manos, es irresistible. Las acciones expresivas de su cuerpo y rostro; los abrazos con el Señor; aquel levantarlo y mirarlo tiernamente; aquellos coloquios tan dulces con que desahoga el amor que internamente le abrasa, no hay con qué compararlos».[
En Sevilla se le permitió usar el púlpito que se encuentra en el Patio de Los Naranjos de la Catedral, donde sólo habían predicado San Vicente Ferrer, San Francisco de Borja y el Venerable Maestro Juan de Ávila. Fue nombrado calificador de la Suprema por el Inquisidor General. Asimismo fue nombrado teólogo, examinador sinodal y canónigo en numerosas diócesis de todo el país. La Universidad de Granada le confirió en 1779 los grados de maestro en Artes y Doctor en Teología y Cánones.

Fuente Wikipedia

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